miércoles, 14 de marzo de 2012

Arturo Jauretche: intelectual nacional no alcahuete



La independencia de pensamiento de un intelectual de fuste
La lección de Jauretche

Opinión - Por Alvaro Abos (*) para LA NACION del 05/01/12.

La preservación de la hegemonía en el vértice del poder explica las arquitecturas legales de las leyes sobre Papel Prensa y antiterrorismo. El triunfo electoral se traduce en ejercicio irrestricto del mando con un personalismo que no se detiene en la constitucional división de poderes. El Legislativo y el Judicial pasan a ser un apéndice del Ejecutivo.

No es nuevo ese personalismo que repite lo sucedido en el primer gobierno de Juan Perón y que produjo un primero pero clamoroso disconforme. En 1950, Arturo Jauretche renunció a formar parte de ese gobierno. Había acompañado Jauretche a Perón en los momentos bravos de la trayectoria del entonces coronel. Jauretche fue ideólogo de la construcción política que llevó a Perón a la victoria electoral de 1946 y uno de los principales, si no el principal, intelectuales que colaboraban con el gobierno. Estaba asqueado de los burócratas serviles, de la obsecuencia de quienes llamó "los pensionistas del poder". Jauretche volvió al llano, pero fue condenado al ostracismo interior y hostigado por disentir con la voz oficial. Es que en sistemas de personalismo agudo la disidencia tiene un precio: el éxodo.

Había sido uno de los fundadores de FORJA, una corriente que se separó del radicalismo en los años 30, disconforme con el alvearismo que predominaba en el partido fundado por Leandro N. Alem. Los hombres de FORJA -además de Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Homero Manzi, Luis Dellepiane y Gabriel del Mazo- reivindicaban a Hipólito Yrigoyen, el nacionalismo económico, el antiimperialismo. FORJA apoyó a las nuevas corrientes populares que confluyeron en la Unión Popular, la sigla con la que Perón ganó las elecciones de 1946. Jauretche era íntimo amigo de Perón, quien le confió misiones importantes. Por ejemplo, convencer al ex gobernador de Córdoba Amadeo Sabattini de que aceptara integrar una fórmula con Perón en las elecciones de 1946, fórmula que el líder radical desechó.

Al llegar a la presidencia, Perón nombró a Jauretche director del Banco Provincia. No podía haber un destino mejor para un hombre -nacido en Lincoln en 1901- que conocía la provincia de Buenos Aires como la palma de su mano. En 1949, Jauretche tuvo diferencias con el presidente del Banco Central, Alfredo Gómez Morales. Jauretche renunció el 30 de enero de 1950. Pero esas diferencias no hubieran explicado por sí solas la renuncia.

El principal motivo del alejamiento fue que Jauretche "se molesta una y otra vez ante delatores y adulones, choca a menudo con la burocracia que bloquea iniciativas y se inquieta ante el curso del proceso". Son palabras de Norberto Galasso, quien, en su abarcadora biografía del hombre de Lincoln ("Jauretche y su época", Peña Lillo Editor, 1985) sostiene que a Jauretche le chocaba "el autoritarismo de Perón, su personalismo".

Años después, escribiría Jauretche estas palabras: "Perón no quería que hubiera capitanes ni tenientes ni sargentos ni nada. Me lo dijo a mí en el 45: «Estaremos la tropa y yo y la tropa y yo nos encontraremos en cada vuelta de la jornada». Yo le dije: «Vea, no se olvide de que en el 18, Yrigoyen se quedó solo de golpe y lo salvaron los remeros, los cuadros partidarios. Usted necesita esos cuadros. Piénselo». No me hizo caso".

Agrega Arturo Jauretche: "Lo alerté a Perón del mal que le causarían los obsecuentes, así como lo contraproducente que resultaba una propaganda machacona y personalista. Cuando todo suena a Perón, le dije, es que suena Perón. El General se dio vuelta y con tono preocupado le comentó a Apold: «Vea, aquí me dice Jauretche que me están ahogando en baba?». Apold hizo un comentario superficial pero suficiente para disuadirlo del peligro y todo siguió igual".

¿Qué hizo Jauretche cuando se fue del gobierno? Se recluyó, junto a su esposa, Clara, en su departamento de Santa Fe 1159, para cultivar su vena de escritor, que hasta entonces la acción política había postergado. Pero la independencia de criterio y el pensamiento libre no sólo eran inaceptables para el personalismo imperante, sino que eran un pecado que debía ser castigado.

Jauretche, el precursor, el hombre que después sería entronizado en el panteón de la gloria, fue hostigado por el "coro de los dóciles" que rodeaban a Perón. Le iniciaron una investigación patrimonial que encubría una acción hostil. Uno de los inspectores que hurgaban en el módico patrimonio de Jauretche le confesó: "Vea, doctor, la verdad es que a mí me mandan para joderlo, nada más". No le habían perdonado su libre albedrío, su altivez, la dignidad con la que siempre les habló a Perón y a Eva Duarte, quien estimaba la franqueza de Jauretche, aunque le dolía. Una vez, Evita, en su presencia, había dicho: "Estos alcahuetes son los que nos van a joder".

Recordaría luego Arturo Jauretche: "No me perdonaron que nunca pronunciara un discurso encomiástico en presencia de Perón y Eva Perón".

Si bien en 1950 aceptó el llano como su hábitat, la cabeza de Jauretche siguió funcionando. No abjuró de la opción que había hecho en el 45 y repitió una y otra vez que el antiperonismo cerril conduciría al desastre, pero tampoco ocultó, en esos años que van de 1950 a 1955, sus críticas a los desatinos del gobierno, como por ejemplo la manía de rebautizar calles, ciudades y hasta provincias con el nombre de Perón o Eva Perón, o la persecución a la prensa opositora, y eso que Jauretche fue quien desarrolló, por no decir que la inventó, una rigurosa radiografía de lo que llamó la "colonización pedagógica" cuyo vehículo era la prensa. Durante su gestión al frente del Banco, Jauretche le había otorgado un préstamo a La Prensa para renovar su imprenta.

Los desatinos del primer peronismo habían alejado a los sectores medios de los trabajadores, debilitaron al peronismo y contribuyeron a su caída. Desde que salió del gobierno, Jauretche fue silenciado por la prensa oficial peronista. Así lo explicó: "La política pequeña del movimiento triunfante en el 45 no toleraba que llegasen hasta el pueblo los hombres que pudieran tener alguna independencia".

El 16 de septiembre de 1955, un golpe militar con apoyo civil derrocó al gobierno de Juan Perón. Al día siguiente, Arturo Jauretche volvió a la política activa. Cuando Aramburu reemplazó a Lonardi, y enterró la idea comprensiva de "Ni vencedores ni vencidos", comenzó la larga noche de la proscripción. Jauretche, que había rechazado la comodidad del poder, se sumergió en los rigores de ese combate.

Durante esos años escribió sus grandes libros: de "Los profetas del odio" a "Manual de zonceras criollas", de "El medio pelo en la sociedad argentina" a "Pantalones cortos". Fueron libros combativos que aún pueden ser leídos con provecho, en el acuerdo o en el desacuerdo, porque más allá de sus ideas, en Jauretche palpita con pasión un pensamiento vivaz y creativo, una mirada alerta y subyugante, que además construyó una lengua escrita única, cuya oralidad no era sino una máscara de su enjundia literaria.

Pero mucho antes, un primer Jauretche ya había sentido sobre el lomo la bota de un poder intemperante, para el cual toda disidencia es traición.

(*) Alvaro Abos http://www.alvaroabos.com.ar/

Novelista y ensayista, Buenos Aires, 70 años. Como abogado laboralista, asesoró a varios sindicatos. Durante la dictadura militar, de 1977 a 1983, se exilió en Barcelona. Como periodista escribió gran cantidad de artículos para importantes medios españoles y argentinos (revista Humor, El periodista, Clarín, Página 12, etc.) Es columnista en el diario La Nación. Algunos libros suyos son:

1983 - "La columna vertebral. Sindicatos y peronismo"
1984 - "Organizaciones sindicales y el poder militar (1976-1983)"
1987 - "El posperonismo"
1999 - "Delitos ejemplares. Historias de la corrupción argentina".
1999 - "Augusto Vandor. Sindicatos y peronismo".
2ooo - "El libro de Buenos Aires. Crónica de cinco siglos".
2001 - "El tábano. Vida, pasión y muerte de Natalio Botana".
2002 - "Macedonio Fernández. La biografía imposible".
2005 - "Cinco balas para Augusto Vandor".
2006 - "Al pie de la letra. Guía literaria de Buenos Aires".
2007 - "Eichmann en Argentina".


"San Jauretche". Una bio en Agenda de Reflexión Nº 183 del 25/05/04. "Hace exactamente treinta años, el 25 de mayo de 1974 -de puro patriota nomás-, moría don Arturo Jauretche, uno de los intelectuales más lúcidos, mordaces y críticos de la sociedad y la política argentinas".

"Los protagonistas y los aniversarios" (junto a Homero Manzi y Enrique Santos Discépolo). Clarín. Suplemento Ñ. Domingo 24/06/01.

Arturo Jauretche (13 de noviembre de 1901 - 25 de mayo de 1974) Fue, según su propio relato, el hijo mayor de un empleado y una maestra —con algo de vascos y algo de franceses—, que le dieron siete hermanos. Perteneciente a la oligarquía de la provincia de Buenos Aires, el padre era funcionario municipal y figura clave del Partido Conservador de Lincoln. De él, Arturo Martín heredó las primeras inclinaciones políticas. De su madre tomó el tono pedagógico que caracterizó sus discursos.

En 1922 se incorporó al radicalismo. Luego colaboró con el proyecto de reconstrucción democrática opuesto a la presidencia de Uriburu, instaurada por el golpe de estado de 1930. Tras participar en la sublevación de 1933 contra el gobierno de facto y ser encarcelado, se atrevió con la entrega entre épica y gauchesca de un largo poema que narra la insurrección de los herederos de Hipólito Yrigoyen. Ese libro, escrito desde la prisión, de título tan sencillo —por lo referencial— como magnífico —por lo simbólico—, "El paso de los libres" (1934), recibió el prólogo de Jorge Luis Borges.

De su presencia en el radicalismo quedó, además, la fundación de FORJA. Más tarde sumado a las banderas justicialistas, surgen sus estudios principales. Entre ellos, "Los profetas del odio" (1957), "El medio pelo en la sociedad argentina" (1966) o "Manual de zonceras argentinas" (1968) sobresalen por su lucidez e ironía.

"(Jauretche) Es un montonero de las ciencias sociales... lo que explica sus irregularidades, pero también sus aciertos, su capacidad de improvisación, su salida por donde menos se lo espera. El hombre formado en la Academia fija su posición con brújula y sextante; él, como los baqueanos de otros tiempos, se agacha, mastica un pastito, observa para donde sopla el viento, discrimina la huella de un animal que pasó por allí una semana atrás". Ernesto Sábato. Revista Crisis, setiembre 1972. 

Un titán contra la zoncera argentina
Revista Ñ 22/05/2004. Por Eduardo Pogoriles.

Jauretche básico. Lincoln, 1901-Buenos Aires 1974. Escritor y polemista. Radical yrigoyenista en los años 30, participó luego en el peronismo y marcó sus primeras bases teóricas. La oralidad criolla de sus escritos, su visión aguda de las clases medias y de la élite de nuestro país influyeron en generaciones de argentinos. Escribió, entre otros, el poema gauchesco “El Paso de los Libres”, “Manual de zonceras argentinas”, “Ejército y política”, “Política nacional y revisionismo histórico”, “El medio pelo en la sociedad argentina” y “Pantalones cortos”.

Quienes lo conocieron bien, dicen que Arturo Jauretche siempre quiso ser escritor y la política lo tragó. Fue amigo de Homero Manzi desde sus tiempos de estudiante en la Facultad de Derecho, con él descubrió el yrigoyenismo y desechó una carrera de honores en el Partido Conservador, donde tenía futuro. En el comienzo como escritor, 1934, está su poema gauchesco El Paso de los Libres, prologado por Jorge Luis Borges: relato de su lucha en el levantamiento de radicales yrigoyenistas contra la dictadura de Justo. En el final, 1972, Pantalones cortos, autobiografía de su niñez en Lincoln. Típico hijo de la clase media, con vascos franceses por ambos lados. La madre era directora de la escuela primaria local, el padre, un empleado municipal.

Escribió más de 15 libros y miles de notas periodísticas, con una prosa de combate que va y viene entre la chicana y el lirismo. “Es un maestro en el uso de la chicana, la forma local de la ironía que usa para desconcertar al otro. Pero también es un poeta lírico cuando hace memoria o describe sitios. Tenía muy buen oído, usaba palabras criollas de las clases populares y altas, lo que habla de su trayectoria como escritor y político”, dice la estudiosa María Gabriela Mizraje. Esa prosa le ganó enemigos y lectores, al menos desde 1966, con El medio pelo en la sociedad argentina, y en 1968, con Manual de zonceras argentinas, reeditado 15 veces en esos años.

Un infarto lo mató el 25 de mayo de 1974, en su departamento de Esmeralda y Córdoba, donde vivía con su esposa Clara Iturraspe. No tenían hijos pero si amigos con los que jugaba al ajedrez y discutía en el bar Castelar; entre ellos, Jorge Abelardo Ramos. Lo enterraron en la Recoleta “pero no hubo coronas del gobierno de Perón”, recuerda su editor de entonces, Arturo Peña Lillo. Pocos lo saben: no se hablaba con Perón desde 1951. Nunca fue obsecuente con él. Siempre recordó que el 6 de setiembre de 1930 él había empuñado un revólver para defender a Yrigoyen mientras Perón era el joven oficial de enlace del golpista Uriburu. En 1974, el país se desintegraba. Perón moriría en julio y esto cerraría una época en la que Jauretche había sido central: ya desde los tiempos de FORJA, en 1935, con Scalabrini Ortiz y Manzi; como impulsor del Estatuto del Peón en 1944; cerebro del pacto Perón-Frondizi en 1958 y, con Cámpora en 1973, director de Eudeba.

Después vino el olvido. En 1984 Manuel Pampín volvió a editarlo en Corregidor. En 1999 un grupo de rock, Los Piojos, lo recordó como un santo laico en el tema “San Jauretche”. En 2003 una muestra en la Rural, “Basta de zonceras”, convocó a muchos paseantes en una mítica Plaza de Mayo donde se votaba en urnas para elegir al cipayo o el tilingo del siglo. En 2004 el Congreso aprobó la ley 25.844 que declara la fecha de su cumpleaños, 13 de noviembre, “Día del pensamiento nacional” en homenaje a Jauretche. Ahora entrará en los programas escolares.

¿Vive aún en sus libros? Con ironía, él decía trabajar “desde la orilla de la ciencia” y que sus observaciones eran “pura anécdota de mirón”. Su sobrino, Ernesto Jauretche, dice: “Vive en su refutación de las tesis sarmientinas sobre civilización y barbarie, que llevaron a autodenigrarnos”.

No muchos suscribirían hoy las tesis de Jauretche sobre el revisionismo y la falsificación de la historia, ni su análisis del rol de los intelectuales. Esto ya lo decía en 1982 el investigador Aníbal Ford en el prólogo a su antología de Jauretche, La colonización pedagógica y otros ensayos. Ford cree hoy: “Vive por su teoría del conocimiento; esa insistencia en ver las cosas desde aquí, ir de lo particular a lo general y nunca al revés. Esa imagen tan suya, dar vuelta el mapamundi para pensar desde acá, eso es algo que, como país dependiente, aún no estamos haciendo”.

Si la retórica del nacionalismo yrigoyenista y el peronismo clásico pudieran ser leídas como una novela, Arturo Jauretche sería el novelista mayor. Amaba la prosa de Sarmiento y Mansilla, por algo muchos críticos lo vieron como un escritor tardío de la generación de 1880. Usaba corbata de lazo, poncho, una pistola Walther y un facón que cierta vez, ofendido, usó para correr a alguien en un canal de televisión, mientras participaba de un panel. En la veintena de cartas que intercambió con Victoria Ocampo hacia 1971, le confesó: “No me gusta en general lo que dice, pero sí como lo escribe, porque usted maneja un sabroso idioma, conversado y a la que te criaste, que es el idioma natural de los argentinos”.

Se sabe: luego de la violencia política de los años 70 y la subasta ética de los años 90, la novela que Jauretche vivió y escribió terminó tristemente. A lo mejor por eso, el mejor acceso a su pensamiento reconoce hoy caminos más secretos que la polémica con Borges y Martínez Estrada en Los profetas del odio. En cambio, Pantalones cortos articula sus más hondas obsesiones: la angustia por esa campaña de la escuela de Lincoln que divide dos mundos, el de la tradición oral y el que llegó con el ferrocarril; ver que el estanciero Duggan tenía cien mil hectáreas y que allí antes había indios; ver que sus abuelos adoraban a Bartolomé Mitre. Jauretche descubrió que la civilización no elimina a la barbarie sino que la perfecciona, revelación trágica, porque de eso se trata la historia argentina. Es una revelación que aquí cada generación, con dolor, vuelve a vivir.

Una teoría para las cosas nuestras.

Por Norberto Galasso (historiador y biógrafo de Arturo Jauretche). Aunque Borges acostumbraba a señalar que “el tiempo es el olvido”, es, también el recuerdo. El trascurso de los años desvanece libros y personajes ocasionales, pero fija aquellos que son significativos. En este segundo caso se encuentra don Arturo Jauretche, contemporáneo de otros que gozaron la fama efímera otorgada por “los medios” y a los cuales hoy ya no recordamos. El año pasado, una exposición jauretcheana, en La Rural, concitó la presencia de gran cantidad de jóvenes, muchos de ellos intrigados por saber quien era ese personaje que había sido recuperado por una banda musical juvenil (Los Piojos, con su “San Jauretche”), otros porque algún tío setentista acostumbraba citarlo en sus reflexiones políticas. Asimismo, aunque generalmente sin citarlo, se ha hecho común en el periodismo la repetición de algunos de sus dichos como “Animémonos y vayan” o el empleo de caracterizaciones como “tilingos y guarangos”, “medio pelo” o “señoras gordas”, que el utilizaba en su “sociología con estaño”. El fenómeno resulta interesante porque el mundo académico lo ha ignorado, pese a lo cual Don Arturo se ha “colado” en algunas bibliografías, como también ya tiene callecita propia y hasta una escuela con su nombre. Me lo imagino frunciendo el entrecejo si leyera estas líneas, como en una ocasión en la que lo presenté, con argumentos laudatorios, ante un grupo estudiantil y me espetó, por lo bajo, ciertamente irritado: “Che, pero ¿usted me quiere hacer trabajar de prócer?” ¿Cuál es la causa, entonces, de esta vigencia? Considero que reside en que Jauretche desarrolló una teoría del conocimiento según la cual en un país como el nuestro, había que advertir a los compatriotas que, dada la fuerte irradiación ideológica y artística proveniente de los países centrales, debíamos “pensar el mundo desde aquí”. “Pensar en nacional”, decía él, no significa rechazar lo extranjero, ni cerrarse en un nacionalismo xenófobo sino simplemente entender que cada pueblo crea su historia, sus costumbres, su arte, desde lo propio, puesto que toda problemática universal se da aquí con cierto perfil singular, o como él solía decir: “lo nacional es lo universal visto por nosotros”.

“El hombre formado en la Academia fija su posición con brújula y sextante –señala Ernesto Sábato-. Jauretche, como los baqueanos de otros tiempos, se agacha, mastica un pastito, observa cómo sopla el viento, discrimina la huella de un animal. Así construye su filosofía de la historia entre dichos y sucedidos, mezclando palabras como “establishment” y apero, Marx y Viejo Vizcacha; haciendo la sociología de Juan Moreira y el Gallego Julio. Si agregamos su coraje a prueba de balas, su desaforado amor por esta tierra y su pueblo, su poner la dignidad de la patria por encima de cualquier cosa ¡qué lindo ejemplar de argentino viejo, este Arturo! Probablemente por eso, a treinta años de su muerte, es posible encontrar compatriotas que después de leer uno de sus libros, confiesan: “Che, pero este Jauretche ¡te da vuelta la cabeza!”.

La escuela del sentido común
Por Horacio González (sociólogo, ensayista y autor de “Restos pampeanos”)

Mucho se puede recordar de Arturo Jauretche: es el último representante cabal de lo que Borges llamó “el arte de injuriar”, es decir, una irónica condena de lo que el mundo ofrecía como tapujo, servidumbre y degradación. Empalmó esta maquinaria de inagotable mordacidad a la máxima tradición literaria argentina, la gauchesca. Pero además de practicarla en su modo versificado, acentuó su uso politizado e inventó un personaje desafiante y payadoresco, el propio “Jauretche”, como un duelista criollo, memorialista nostálgico y poseedor de conocimientos surgidos de “pegar el oído a la tierra”. Filosóficamente, Jauretche encarnó la más importante escuela del sentido común surgida del pensamiento político argentino. Se trataba de un sentido común literariamente muy elaborado, con un gran excedente superador de lo que podría haber sido un mero empirismo telúrico.

Su inagotable amalgama de lenguajes se inspiró en fuentes contradictorias y sorprendentes. Quizás en estilos zumbones como los del Padre Castañeda y su crítica “gauchopolítica” al mundo ilustrado; sin dudaen la idea de “manual de patologías argentinas” de Agustín Alvarez y muy probablemente en los otros grandes inventores de terminologías del siglo XX: los bolcheviques, de quienes toma la crítica a las “superestructuras culturales”. Se trataba de palabras que le quedaban pegadas al oído y reutilizaba libremente como sabio espontaneísta de la retórica nacional. Se destacó con una aguda visualización de las maneras en que se construyen poderes culturales a través de los medios de comunicación, las citas honoríficas, los “figurones”, el juego de poderes académicos, conmemoraciones, premios y galardones. Lo que hoy llamaríamos “políticas de la distinción”, que no son atendidas con menos perspicacia en Jauretche que en un sociólogo sutil como Pierre Bourdieu. El tema jauretcheano por excelencia fue la pedagogía, y ahí fue un innovador neto, mucho más que en economía, donde aceptó el programa básico del desarrollismo. Su tesis sobre el “colonialismo pedagógico” es una creación que conmovió a los públicos culturales y políticos del país durante medio siglo, y aún hoy es preciso interrogarla. Existe en el texto jauretcheano un trabajo que recae sobre la alianza entre una teoría de la nación, una voz martinfierresca modernizada y una crítica a los procesos educativos que restringen la autonomía social. Esta fusión de una épica colectiva con las habilidades añejas del juglar, aún incita la conciencia crítica del país.

El alto precio de la lucidez política
Por Rogelio García Lupo (periodista y escritor).

La lucidez fue el rasgo característico de Arturo Jauretche y la causa de su fracaso político personal, más allá de la extraordinaria perdurabilidad de sus ideas. Jauretche pagó un alto precio por su manera de examinar la política, que a veces se confundía con su coraje físico y su independencia intelectual. Pero algunas de sus posiciones más arriesgadas necesitaron apenas unos años para que la realidad se encargara de confirmarlas.

Así sucedió con la decisión de Jauretche de oponerse a la candidatura de Eva Perón a la vicepresidencia de la Nación, en apoyo del gobernador de Buenos Aires, coronel Domingo Mercante, basándose en la certeza de que los militares no la soportarían. En 1951 este análisis le costó a Jauretche su ocaso político, pero ese mismo año los militares protagonizaron un alzamiento que, aunque entonces no derribó al gobierno de Perón, marcó una fisura que no dejó de ensancharse, hasta el colapso de 1955. Desde el punto de vista del peronismo, aquella oposición a Evita fue para muchos imperdonable, a pesar de que Jauretche se había limitado al análisis riguroso, sin sumarle nada personal.

Volvió a suceder en 1958, cuando Jauretche insistió ante Arturo Frondizi para que no suscribiera un pacto formal con Perón. Esta vez sostuvo que la mayoría peronista votaría por Frondizi presidente aun sin una orden de Perón sustentada en un pacto político más o menos secreto y que, en cambio, la existencia de éste dejaba en manos de los militares un instrumento inmejorable para derrocarlo, tal como ocurrió en 1962. La lucidez siempre se interpuso en su carrera política; carrera que se resistió a abandonar hasta que con resignación reconoció que sería su obra de escritor la que pasaría a la historia.

Jauretche tenía el ojo infalible que le permitía ver al ahogado cuando todos veían solo al nadador. En sus últimos años no le desagradaba imaginar que su vida y su obra, donde se juntaban la pluma con el máuser, la vida del intelectual con la del conspirador, se parecía a los hombres de la generación del 80, que llevaban los poemas de Virgilio debajo del recado. Entonces se consolaba pensando que si bien había sido políticamente un derrotado a pesar suyo, tal vez las generaciones jóvenes lo leyeran con el mismo regocijo con que él leía a Lucio V. Mansilla. La correspondencia de Jauretche con Victoria Ocampo en los tiempos finales de ambos está llena de revelaciones sobre los argentinos y su historia como sólo pudieron pensarlas un hombre y una mujer valientes. 


LAS ZONCERAS K

Urgente 24-22/12/13. Arturo Jauretche, creador de un pensamiento reivindicado por los K y violentado por los KFue best-seller en los años ‘60 el libro de Arturo Jauretche llamado “Manual de zonceras argentinas”, en el cual el pensador peronista criticaba aquella cultura argentina que negaba su identidad para querer parecerse, en grado de imitación, a otras culturas que consideraba superiores. Según Carlos Salvador La Rosa, hoy los supuestos herederos ideológicos de don Arturo caen en aquello que él criticaba porque transforman en una zoncera el pensamiento nacional que, a mediados del siglo 20, llegó a criticar las zonceras extranjerizantes. ¿Cómo es esto? Lean:

“Gracias DirecTV por la confianza en la Argentina. El crecimiento exponencial que tuvieron revela el crecimiento del consumo de los argentinos. En nuestras villas se ve también una antena. Sé que a muchos les molesta, pero la verdad es que todos pueden acceder a mejor calidad de vida, cualquiera sea el lugar en el que vivan”, Cristina Fernández de Kirchner (....)   --- continúa en link Urgente 24. 

BONUS TRACK: en el cap. 34 de "Una  historia argentina en tiempo real. Apuntes sobre la colonización populista y la resistencia republicana" (Planeta, 2021),  Jorge Fernández Díaz considera que Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche triunfaron culturalmente, en el sentido de haber construído el relato nacionalista dominante y transversal en la sociedad argentina, de haber labrado el sentido común de las clases medias ilustradas y no tanto. De forjar un vocabulario político extrañamente actual, con términos como "cipayo", "entreguismo", "coloniaje", "vendepatria" o "medio pelo", que terminó siendo una matriz para el modelo de nación endogámica y tradicionalista gobernada por chapuceros. Fernández Díaz resalta 
el manoseo ideológico del pensamiento de Scalabrini Ortiz y de Jauretche que realiza la militancia kirchnerista (esa que, imitando a Máximo K. no terminó la secundaria pero vive de arriba). Sinsentido que se acompaña del gobierno decadente que  pergeñó su mamá Cristina Kirchner con sus secuaces y ha convertido el país en una gran villa miseria con el 45% de pobres que esclaviza a puro clientelismo, sepultando la cultura del trabajo. Horanosaurus.

(...) "los kirchneristas le rezan a Scalabrini Ortiz, cuando si este resucitara y viera la manera en que entregaron la soberanía energética los repudiaría; y citan irreflexivamente textos de Jauretche que fueron escritos para otro tiempo, para otra economía, para una escala de clases y valores sociales diferentes, y sobre todo, para un mundo que ha desaparecido (...) Discutir y releer a Jauretche en 2018, cuando 'vivir con lo nuestro' resulta impracticable y exportar es un verbo de vida o muerte, sigue siendo fascinante, pero únicamente de un modo testimonial y literario; pretender que sus concepciones arcaicas sigan siendo el catecismo del progreso es una soberana tontería (...) el problema es que más allá del fraseo constante de sus máximas desactualizadas, los dirigentes peronistas no se manejan ni remotamente por sus principios rectores, ni por sus libros leídos a fondo, sino por una praxis de travestismos rápidos e iletrados, tacticismos de tránsfugas analfabetos por opción y desvergonzados vaivenes de aventureros..." 


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