viernes, 25 de noviembre de 2016

Noam Chomsky y el peligro Trump



Los Estados Unidos ofrecen al mundo un nuevo peligro: un presidente millonario, exótico y racista que, curiosamente, parece representar el sentir de un montón de gente -no precisamente de su clase-, muchos trabajadores y excluídos, cansados de los extravíos de su clase dirigente. Como en todos lados hoy en día. Bien podría Trump conformarse con tener un reality show (igual que nuestra Cristina Kirchner) para encabezar ratings y calmarse, pero su monumental ego le requiere mayor protagonismo. El problema es que cuando estos muchachos meten la pata con sus habituales represiones o distintas formas de violencia, tiemblan y sufren millones de personas en todo el planeta. No es que que no estemos acostumbrados a las soberbias cagadas del gendarme del mundo (ya estuvieron Reagan y los Bush, viejos monos con navaja) pero este loco parece querer redoblar la apuesta. Rescato este reportaje al gran Noam Chomsky, donde analiza el fenómeno Trump y otros problemas comunes a los humanos. Horanosaurus.

"Los americanos son muy estadísticos.
Tienen gestos nítidos y sonrisas límpidas.
Ojos de brillo penetrante que van al fondo
de lo que miran, pero no al verdadero fondo.
Los americanos representan gran parte
de la alegría de este mundo.
Para los americanos blanco es blanco
negro es negro (y la mulata no es tal)
marica es marica, macho es macho,
mujer es mujer y dinero es dinero.
Y así ganan, cambalachean, pierden,
se conceden y conquistan sus derechos.
Mientras tanto aquí abajo
la indefinición es el régimen
y bailamos con una gracia
cuyo secreto ni yo mismo se.
Entre la delicia y la desgracia
entre lo monstruoso y lo sublime
Los americanos no son americanos
son viejos hombres humanos
llegando, pasando, atravesando.
Son típicamente americanos.
Los americanos sienten que algo se perdió.
Algo se quebró. Se está quebrando".

Letra de Caetano Veloso, tema "Black and white/americanos", citado por Jorge Lanata en el artículo "Donald, no cumplas". Clarín 12/11/16. Ilustración de arriba:  tapa de la publicación Valor Carne Nº 116-Noviembre 2016 (fracción). Fotos: edificio Trump Tower, 5ta. Avenida, Nueva York-Octubre de 2016.


Por Federico Kukso/Le Monde Diplomatique. Entrevista publicada en Resumen Latinoamericano y reproducida en desInformémonos.com. 15/11/16. 

"Nadie lo quiere poner en palabras, pero de hecho el Partido Republicano es la organización más peligrosa que ha existido en toda la historia humana. Literalmente. Sus políticas conducirán a la destrucción de la especie..." Noam Chomsky.



En su doble faceta de lingüista y crítico del poder, Noam Chomsky analiza a fondo el ascenso de Donald Trump, las características de la sociedad y el sistema político estadounidenses y las amenazas que asoman detrás de la creciente conectividad.

Noam Chomsky está solo. Sin guardaespaldas, asistentes, secretarias o una estela de estudiantes y admiradores que lo acompañen, el lingüista de 87 años abre la puerta con timidez y mira a ambos lados en busca de una cara conocida. Uno de los intelectuales más importantes del siglo XX y de lo que va del XXI ingresa en la oficina E19-623 del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) en Cambridge. Con un jean gastado y un sweater gris oscuro, luce cansado. Se sienta, cruza las manos y, flanqueado por un té, aguarda con calma. No sonríe. Chomsky está preocupado. Sabe que el sorprendente ascenso de Donald Trump abrió heridas en un país tan complejo y contradictorio como Estados Unidos.

—¿Cómo explica lo sucedido en los últimos meses en el campo político norteamericano? —Trump es muy hábil a la hora de incitar el miedo. Si uno observa a los que apoyan a Trump, son en su mayoría blancos de medios o bajos ingresos, poco educados. Curiosamente, entre estos grupos las tasas de mortalidad son altas. Muchos sienten que no hay nada para ellos. Hasta la irrupción de Trump en la escena política habían perdido toda esperanza. Son personas que piensan que se les ha quitado todo. Creen que les han arrebatado su país y que pronto los blancos serán minoría. No hay nada como el movimiento de supremacía blanca en otros países. Creen que el movimiento feminista les ha quitado su rol en las familias patriarcales. De ahí creo que viene tanto fanatismo por las armas. Tienen que tener armas para mostrar que son hombres reales. Además, el aumento de la atomización de la sociedad que deja a las personas solas y aisladas hace que se sientan impotentes frente a fuerzas que los aplastan. En ese clima no es difícil estimular miedos e incitar la bronca y el odio hacia los inmigrantes, hacia otras minorías y hacia el gobierno, como lo ha hecho el candidato republicano.

—¿A qué se debe esta actitud de muchos de los seguidores de Trump? —Hay una diferencia entre lo que los ciudadanos reciben del gobierno y lo que creen que reciben. Gran parte de lo que reciben no lo ven. En estados como Mississippi hay actitudes anti-gobierno, pero viven en su mayoría con subsidios. Estados como Nueva York y Massachusetts están subsidiando a personas que viven en estados como Arkansas. Allí el gobierno es presentado como un ente que les roba. Se ha instalado muy fuerte la idea del "hard working american" (el trabajador estadounidense), víctima de un gobierno que no tiene clemencia. Candidatos como Ted Cruz y Donald Trump han construido sus campañas alrededor de esta figura. La gente termina cayendo en esas trampas.

—¿Qué le llamó la atención en las campañas presidenciales en términos de retórica o de lingüística? —No tanto en retórica. Me sorprendió la irrelevancia de los hechos. Ya no importan cuáles son ciertos y cuáles son falsos. La verdad es irrelevante. Trump es un maestro en eso. Fue sorprendente ver cómo no importaba cuán locas eran las cosas que decía. Repitió una y otra vez que los musulmanes festejaron los atentados contra las Torres Gemelas. O que el gobierno mexicano organizaba criminales y violadores para mandarlos a través de la frontera. Decía lo que se le antojaba y no importaba. Las cosas que la gente cree son muy extrañas. Los evangelistas creen que Trump es uno de ellos. Hace unos años, una buena parte de la comunidad afroamericana creía que Bill Clinton fue el primer presidente negro. Y fue devastador para esa comunidad.



El problema más urgente

Hay muchos Noam Chomsky. Está el Chomsky científico que revolucionó la lingüística moderna con el desarrollo del concepto de gramática transformacional y generativa según la cual el lenguaje se adquiere porque los seres humanos estamos biológicamente programados para ello. Y está el Chomsky activista político, el crítico del poder, uno de los referentes de la intelectualidad de la izquierda mundial que no deja pasar una oportunidad para denunciar las deficiencias democráticas de la sociedad estadounidense o de su política exterior o la manipulación de los medios de comunicación por parte de las corporaciones. Esas dos caras confluyen en este hombre nacido en 1928 en Filadelfia, profesor emérito del MIT, y al que se lo puede ver a diario recorriendo con tranquilidad los pasillos de una de las universidades más influyentes del planeta.

—¿Qué temas le sorprendió que no se hayan tocado en los debates presidenciales o en la campaña en general? —Durante las elecciones primarias me llamó la atención que no se discutieran temas económicos. Sólo se hablaba de levantar muros o de bombardear Medio Oriente. El que se destacaba era Bernie Sanders que sí hablaba de temas serios. Eso forzó a Hillary Clinton a moverse hacia esa dirección. Tampoco se discutió sobre el cambio climático.

—¿Por qué pasó eso? —En las grandes democracias las decisiones están siendo tomadas por una pequeña elite económica. Su interés no es salvar a la especie. Su interés es la maximización de sus beneficios. Por eso los candidatos del Partido Republicano, que es esencialmente el partido de los ricos y privilegiados, negaron y niegan sistemáticamente el calentamiento global. El Acuerdo de París fue un paso muy importante para la reducción de los gases que provocan el cambio climático. Pero en Estados Unidos no fue reconocido por el Partido Republicano que controla el Congreso. En febrero de este año, la Corte Suprema suspendió el programa Clean Power Plan (Proyecto para una Energía Limpia) con el que Barack Obama buscaba limitar las emisiones contaminantes de las centrales térmicas. Fue un mensaje para el mundo.

—Pero en septiembre finalmente Obama ratificó junto a China el Acuerdo de París por decreto sin pasar por el Senado. ¿Qué cree que se puede hacer contra esta permanente negación por parte del Partido Republicano? —Nadie lo quiere poner en palabras, pero de hecho el Partido Republicano es la organización más peligrosa que ha existido en toda la historia humana. Literalmente. Sus políticas conducirán a la destrucción de la especie. La población quiere que se haga algo contra el cambio climático pero su voluntad no influye en las decisiones. Una iniciativa llamada Yale Project on Climate Change Communication mostró que sólo uno de cada cuatro estadounidenses no cree en el cambio climático a pesar del consenso científico internacional.

—Donald Trump y Marco Rubio llegaron a cuestionar la idea de que la acción humana sea la responsable del cambio climático. Ted Cruz declaró que todo lo relacionado con el calentamiento global es un engaño. ¿Cuán peligrosas pueden llegar a ser estas actitudes? —El cambio climático es un problema urgente. Es el problema más importante que ha enfrentado la especie humana. Si no lo resolvemos, no habrá futuro para la humanidad.


Nuevas caras, viejos fantasmas

El 9 de julio de 1955, Albert Einstein y el filósofo Bertrand Russell redactaron un manifiesto en el que alertaban sobre los peligros de la proliferación del armamento nuclear y exigían a los líderes mundiales buscar soluciones pacíficas a los conflictos internacionales. "Recordad vuestra humanidad y olvidad el resto", escribían estos dos intelectuales en el momento más crudo de la Guerra Fría. Este año Chomsky, el italiano Toni Negri y el fundador de la New Left Review, Tariq Ali, continuaron aquella tradición precautoria y encabezaron un manifiesto por los derechos y libertades civiles en el Viejo Continente. "Europa marcha hacia su decadencia –afirmaron–. El continente que pretendió emerger de la posguerra como garante de las libertades y derechos civiles se está hundiendo en la naturalización de la barbarie y en el vacío de una forma de gobierno crecientemente autoritaria. Enfrentada a la crisis más severa de su historia reciente ha elegido el peor de los caminos emprendiendo políticas que creíamos erradicadas".

—¿Cuáles cree que serán las consecuencias de esta crisis en Europa? —Desgraciadamente lo que ocurre ahora es una reminiscencia de lo que sucedió en 1930. El ascenso de Trump recuerda al ascenso del fascismo en Alemania. Entonces en Europa el centro colapsó. Los principales partidos decayeron, y la izquierda y la derecha se hicieron más extremas. Todos saben lo que pasó después.

—¿Y en el resto del mundo? —Las desigualdades han aumentado en todos lados. Es uno de los efectos del neoliberalismo. Pero han aumentado más en los países anglosajones y en especial en Estados Unidos. En 2014, la organización internacional Oxfam calculó, en su reporte anual, que 90 individuos tenían la mitad de la riqueza del mundo. En 2015, eran 62 individuos en China, Arabia Saudita, Rusia y Estados Unidos. Bernie Sanders fue el único que lo hizo visible en su campaña.

—¿Cómo llegó el Partido Republicano a su situación actual? —Hasta hace unas décadas era el partido del progreso y también el partido anti-esclavitud. Todo cambió con el tiempo, pero en especial en la década de 1960. El Movimiento por los Derechos Civiles tuvo un efecto polarizador. Los presidentes racistas –Nixon, Reagan, entre otros– se dieron cuenta de que podían usar el antagonismo y el racismo en el Sur a su favor. A muchos no les gusta hablar del tema, pero basta con mirar la campaña de Reagan. Fue el último líder mundial que apoyó el apartheiden Sudáfrica. Se negaba siquiera a admitir que existía tal cosa. Decía que era sólo un conflicto tribal.Reagan vetó sanciones contra el país africano aprobadas por el Congreso. Su guerra contra la droga fue organizada a partir de argumentos racistas. Aumentó la encarcelación de hombres negros. El Partido Republicano continuó la tradición racista del Sur. Si uno mira las elecciones presidenciales de 2012 y ve los estados rojos y los estados azules, o sea republicanos y demócratas, observa un mapa de la Guerra Civil.

—En los estados del Sur muchas personas no hablan de Guerra Civil sino de la "Guerra de la Independencia sureña". ¿Está diciendo que en términos políticos aún se sigue peleando la Guerra Civil? —Estados Unidos nunca desarrolló un sistema político basado en clases. Es un sistema político geográfico y se remite a los tiempos de la Guerra Civil. Que nunca terminó. Nixon explotó estos viejos rencores y miedos. Los grupos racistas y extremistas se alienaron en el Sur. En los últimos años, tanto el Partido Demócrata como el Republicano han girado hacia la derecha. Y el Partido Republicano salió del espectro. Sus políticas están orientadas a los más ricos y al poder corporativo. Si tuviéramos una sociedad democrática los impuestos a los ricos serían mucho más altos. En Estados Unidos los impuestos son bajos si se los compara con otros países, por eso muchas infraestructuras están colapsando y ciertos servicios son malos.

—¿Qué rol juega la religión en la política estadounidense? —La gran base del Partido Republicano son evangelistas y fundamentalistas cristianos. Ese es un aspecto muy llamativo y curioso de Estados Unidos: es una sociedad extremadamente religiosa. No hay nada parecido entre otros países desarrollados. No se encuentran otras sociedades en las que un tercio de la población piense que el mundo fue creado hace algunos miles de años. Dos tercios de la población están esperando la "Segunda Venida" del Mesías. Es un fenómeno único de Estados Unidos y ha sido movilizado por el Partido Republicano porque necesita una base. En las elecciones primarias cada candidato se peleaba por mostrarse más religioso que el resto de sus contrincantes. No es algo nuevo. Esto se profundizó en los 80 cuando los tres candidatos –Carter, Reagan y Anderson– comenzaron la tradición de destacar su religiosidad para captar el voto creyente. Desde entonces, todos los candidatos a presidente se muestran religiosos. Y los que no lo son, como Bill Clinton o incluso Donald Trump, aparentan.

—Usted siempre ha sido muy crítico con el financiamiento de las campañas políticas. ¿Por qué? —En Estados Unidos, los políticos siempre están en campaña y buscando recaudar fondos. Esto ha sido siempre un factor importante que socava la democracia representativa. El politólogo Thomas Ferguson estudió el tema en su libro Golden Rule: The Investment Theory of Party Competition en el que muestra que la financiación es un factor fundamental a tener en cuenta para predecir futuras políticas. Restringir esto sería importante.

Más conectados y más espiados

—Su libro Manufacturing Consent: The Political Economy of the Mass Media fue escrito en 1988. Desde entonces el ecosistema mediático ha cambiado. ¿Tiene nuevas hipótesis acerca de cómo afectan las redes sociales en la conformación de la opinión pública? —Hay gente que usa internet para tener acceso a más información. Pero creo que ese es un porcentaje muy bajo. Los estudios muestran que la gente va hacia aquello que ya cree, a sitios con los que uno ya está de acuerdo. Las redes sociales son una cámara de eco. Uno de los efectos más sorprendentes es la dispersión de teorías conspirativas. Es como si los hechos ya no importaran. Las redes sociales en lugar de conectar, aíslan. Cada joven tiene un celular y habla con alguien que cree que es un amigo. Pero lo que tiene son contactos muy superficiales. Lo veo en mis nietos. Ellos creen que tienen muchos amigos. Pero no son amigos. El efecto que esto tiene es que los aísla mucho más de lo que ya estaban. Es un ambiente muy superficial. Recibo muchas cartas y mails de personas que me dicen que cada vez les cuesta más leer. No leen. Ojean. Rastrillan algo con la mirada durante tres segundos y saltan a otra cosa. No veo que tengamos una población cada vez más educada. Al contrario. Y eso tiene consecuencias políticas.

—En 2015, usted dijo que Estados Unidos debería recibir como un héroe a Edward Snowden, refugiado en Rusia tras revelar secretos de Estado, y juzgar a quienes autorizaron la vigilancia de la población que Snowden denunció. ¿Considera que sus revelaciones tuvieron algún efecto en la defensa de la privacidad? —Me hubiera gustado que así fuera. Pero la vigilancia de los ciudadanos sigue en alza. Y cuando al fin llegue la llamada "internet de las cosas", la interconexión de todos los objetos, creo que será monstruoso. Cualquier cosa que mires va a estar mandando información privada a la Agencia de Seguridad Nacional.

—Junto a figuras como Elon Musk y Stephen Hawking, usted también alertó recientemente sobre los peligros de usar la inteligencia artificial para el desarrollo de armas. ¿Cree que a largo plazo estos avances pueden tener consecuencias sociales? —Hay que tener cuidado. Pero al mismo tiempo hay que señalar que hay un gran despliegue publicitario o hype (bombo) alrededor de la inteligencia artificial. Está muy lejos de los logros que se le atribuyen. Hay que ser cautelosos. Sí, se han hecho grandes avances, los automóviles autónomos son muy lindos, pero no hay nada remotamente cercano a la inteligencia humana. Los sistemas artificiales de reconocimiento visual son muy primitivos. Los automóviles autónomos no distinguen bien entre peatones y objetos. Nos habremos extinguido a causa del cambio climático o tras una guerra nuclear mucho antes de cualquier rebelión de las máquinas. Otro tema a tener en cuenta es todo lo que refiere a investigaciones de ingeniería genética. Aún hay mucho que no sabemos sobre el genoma. Por eso las consecuencias de modificar un solo gen podrían ser impredecibles.

—A comienzos de 2016, el FBI llevó a Apple a los juzgados por negarse a desbloquear el iPhone de uno de los terroristas del atentado en San Bernardino. ¿Cómo ve los choques entre gobierno y corporaciones por el tema de la privacidad? —Es un conflicto interesante. Personalmente espero que Apple gane a largo plazo. Básicamente hay un conflicto entre dos centros de poder en este asunto. No se trata de la primera batalla. El gobierno está dominado por el poder corporativo, pero aún así hay conflictos. Otro caso sucede en Irán. Las corporaciones estadounidenses se mueren por entrar al mercado iraní pero el gobierno no las deja. Lo mismo en Cuba. Durante décadas distintas empresas estuvieron a favor de la normalización de las relaciones: farmacéuticas y corporaciones de energía quieren entrar al mercado cubano. Pero el gobierno las bloquea.

Los orígenes del lenguaje

A diferencia de otros investigadores que no salen de su campo de estudio y deslizan bajo la alfombra de la privacidad sus opiniones políticas, Chomsky no traza límites. Sabe que su especialidad –la lingüística– y aquella facultad que lo desvela –el lenguaje– no están aisladas de la sociedad y de los conflictos de poder que la atraviesan, moldean y definen. Por eso, no le cuesta saltar de un tema a otro como si prendiera y apagara un interruptor.

—Junto al especialista en ciencias de la computación Robert C. Berwick escribió el reciente libro Why Only Us: Language and Evolution en el que exploran los grandes enigmas del lenguaje humano, cómo los seres humanos adquirimos esta capacidad distintiva. ¿Qué es lo que la hace única? —El lenguaje humano es totalmente distinto a cualquier otro fenómeno del mundo animal. No hay análogo alguno. Ninguna otra forma de comunicación en la naturaleza está al nivel del lenguaje humano. Lo que descubrimos en las últimas décadas es que el lenguaje es como cualquier otro sistema biológico. Todos tenemos básicamente el mismo sistema visual, pero las primeras experiencias a las pocas semanas de vida son cruciales para su desarrollo. En el caso del lenguaje, hablamos distintos idiomas y hay evidencia que demuestra que las diferencias se limitan a la exteriorización, aquella que permitió la interacción social y llevó a la emergencia de estructuras sociales más complejas. La internalización, en cambio, parece ser uniforme. Las capacidades cognitivas y lingüísticas son las mismas en todos los humanos. Las diferencias son superficiales. Existen muy pocas evidencias de la llamada hipótesis de Sapir-Whorf, según la cual el lenguaje determina la manera en que pensamos.

—O sea, el lenguaje nos cambió por fuera y por dentro. —Ese rasgo es único en el lenguaje: es un sistema internalizado. La visión sólo responde al ambiente. Nada es creado por la visión per se. No hay una generación de "oraciones visuales" ni representaciones. El lenguaje es único porque es un sistema interno y generativo. Por eso, que sepamos, los humanos tenemos un tipo de pensamientos que el resto de los animales no tienen. Eso es llamativo. Los humanos somos radicalmente diferentes de cualquier otra cosa en el mundo biológico. Los Homo sapiens somos recientes: tenemos 200 mil años. Eso es nada en términos evolutivos. Y parece que el lenguaje emergió casi inmediatamente.

—¿Cómo lo saben? —Todos venimos de África. Pero hay evidencias genéticas de que un grupo, los San (los llamados bosquimanos. N. del E.), se habría aislado del resto hace aproximadamente 120 mil años. Y esta tribu también tiene lenguaje. Eso da a pensar que el lenguaje se originó entre 200 y 120 mil años atrás. El lenguaje es genético y hay fuertes evidencias de que no evolucionó desde que el humano salió de África.

La imposibilidad de debatir en el ring

En 1971, Noam Chomsky tuvo un recordado debate con el francés Michel Foucault sobre la naturaleza humana. Fue en la Universidad de Amsterdam dentro del International Philosophers Project. Las pocas grabaciones que quedaron de aquel encuentro muestran a estos dos gigantes del pensamiento del siglo XX serios, serenos, como dos boxeadores midiéndose sobre un ring.

—¿Por qué cree que esos debates entre intelectuales ya no tienen el peso que tenían en otra época? —Ese debate fue en Holanda. No están dadas las condiciones para que se pueda repetir algo así en Estados Unidos. En muchos países europeos, e incluso en América Latina –como en Argentina–, se dan discusiones en los medios de comunicación que no existen en Estados Unidos. Una vez me invitaron a La Habana para discutir la situación de los negocios en Cuba y hablamos con total normalidad. Cada vez que estoy en la televisión iraní o rusa puedo hacer duras críticas al gobierno norteamericano. Pero no puedo hacerlo en la propia televisión de Estados Unidos. Además, si estás en la televisión de Estados Unidos sólo te dan 30 segundos… Se perdió el pensamiento crítico.

—Más allá de eso, ¿en qué sí es optimista? —No se puede negar que hubo cambios significativos en las últimas generaciones. En ciertos aspectos, Estados Unidos es un país más libre. Cuando llegué al MIT en 1955 estaba dominado por hombres blancos, obedientes, que hacían sus tareas. Ahora es totalmente diferente. Y ocurre en todo el país. Lamentablemente no hay activismo. La campaña de Bernie Sanders fue interesante por esa razón: despertó ese activismo dormido en cierto sector de la sociedad estadounidense. Estaba ahí. Sólo había que espabilarlo.


BONUS TRACK

La ceguera intelectual de la izquierda

Por Hinde Pomeraniec. La Nación 21/11/16. Todos buscan ahora explicaciones al fenómeno Trump. Y las encuentran pronto. Lo que en la madrugada del 9 de noviembre se disparó desde Estados Unidos al mundo como un balde de agua fría y pareció una sorpresa tenía un fundamento -o varios-, pero sin embargo no aparecían con frecuencia en los análisis previos y la idea de "elegir al monstruo" no pasaba por las cabezas de los biempensantes, siempre tan dispuestos a creer que lo "malo" (el neoliberalismo o la globalización como etapa ultracodiciosa del capitalismo, en este caso) sólo se combate desde lo "bueno" (la izquierda progresista en alguna de sus variantes). Hay tres opciones para que lo que ahora se ve con tanta claridad (el enojo y el dolor de los caídos del sistema, el desprecio hacia las elites políticas, el resentimiento de los sumergidos sin educación) haya pasado inadvertido durante la campaña hasta el punto de imaginar un eventual triunfo de Trump como un accidente en la historia: la ignorancia, la mala fe o la ceguera. Hablemos de la ceguera.



En 1998, el filósofo estadounidense Richard Rorty publicó “Forjar nuestro país: el pensamiento de izquierdas en los EE.UU. del siglo XX”, un pequeño libro que despertó polémica porque se atrevía a pelearle a la ideología de lo políticamente correcto dominante por entonces. Lo que Rorty sostenía era que la izquierda en su país había elegido convertirse en espectadora de los hechos y refugiarse en la academia en lugar de seguir ligada a los movimientos sociales y a los sindicatos como hasta la guerra de Vietnam, y que había optado por proclamar las teorías de Derrida y a Foucault en vez de concentrarse en seguir peleando por lo que estaba ocurriendo en el terreno social y económico (una brecha entre ricos y pobres cada vez mayor, una falta de oportunidades rampante), algo que él advertía que podía traer consecuencias nefastas en el futuro. Esto escribía Rorty: "(...) Miembros de sindicatos y trabajadores no calificados y no organizados se darán cuenta tarde o temprano de que su gobierno ni siquiera intenta evitar el hundimiento de los salarios o la exportación de los puestos de trabajo. Más o menos al mismo tiempo comprenderán que los oficinistas suburbanos no van a permitir que les impongan impuestos para dar beneficios sociales a otros. Llegado este punto, algo va a romperse. El electorado no suburbano decidirá que el sistema ha fracasado y comenzará a buscar un hombre fuerte a quien votar -alguien dispuesto a asegurarles que, una vez elegido, ya no serán los burócratas engreídos, los abogados tramposos, los vendedores de bonos de salarios excesivos y los profesores posmodernos quienes tomen las decisiones. (...) Lo que es muy probable es que las conquistas obtenidas en el pasado por parte de los norteamericanos negros y castaños, así como por los homosexuales, serán liquidadas. El desprecio jocoso hacia las mujeres volverá a ponerse de moda. Las palabras nigger (insulto contra los negros) y kike (insulto contra los judíos) volverán a escucharse en el trabajo. Todo el sadismo que la izquierda académica ha intentado volver inaceptable para sus estudiantes retornará en cascada. Todo el resentimiento que los norteamericanos pobremente educados sienten hacia los graduados universitarios que les dicen cómo comportarse encontrará una válvula de escape".

Si cambiáramos la frase en la que Rorty habla del insulto hacia los judíos por el insulto hacia los musulmanes y los latinos, podríamos obtener una suerte de crónica de nuestros días pero escrita hace veinte años. Mientras los olvidados por la globalización económica elegían creerle (y votar) a un personaje de la TV que les prometió devolverles el sueño americano, la izquierda cultural ombliguista que describía Rorty se obstinaba en ver a Hillary ingresando el próximo 20 de enero en la Casa Blanca. Claramente estaban viendo otro canal.



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