viernes, 25 de agosto de 2017

Perón, el mentiroso



Lo mencioné varias veces en este blog: fui casi un fanático peronista durante parte de mi juventud, subyugado por los principios del General Perón en el exilio, que prometía una revolución nacional en paz, hecha sin sangre y en democracia. El primer cortocircuito me lo produjo su secretario López Rega con la Triple A, aunque me costó unos años digerir la trágica información.

Después de la muerte de Perón, su herencia cobijó un ejército de políticos mediocres, acomodaticios y traidores a las 20 verdades justicialistas y al pueblo que dijeron defender. "Conducción política" era mi libro de cabecera y aún me parece revelador en muchos aspectos, claro que Perón mismo no usufructuó sus propios conceptos para asegurar con los mejores dirigentes el famoso "transvasamiento generacional": heredamos a un montón de brutos inescrupulosos que nos gobernaron durante 25 años desde la recuperación de la democracia, dejándonos este difícil país, con un tercio de pobres. No se todavía porque los argentinos tememos aún firmar la partida de defunción de este peronismo, pura cáscara.

Así como conservo y defiendo aún muchos valores peronistas por humanistas, también soy muy iconoclasta. Me encanta embarrar la cancha y Perón, tan contradictorio, ha dado mucha tela para cortar. He aquí una serie de artículos o ensayos que disparan munición gruesa contra el líder, entre ellos los de Héctor Gambini, un periodista de investigación de vasta trayectoria, un anti-peronista genético y conservador al que hay que recurrir para descular la historia. Agrego la reseña de dos libros que le pegan al conductor. Por último, abajo de todo, los link a otras entradas antiguas del blog con información interesante sobre el perfil del General, por ej. las experiencias de Pino Solanas, Alcira Argumedo, Tomás Eloy Martínez y Eugenio Rom al frecuentarlo, por si se las perdieron. Todo sirva para aumentar las contradicciones que alimentan el mito. Horanosaurus.


Historia | Mitos y verdades 



Afecto a los relatos que lo tenían como protagonista, el ex presidente argentino tejió, alrededor de distintos hechos históricos, versiones reñidas con la realidad. Del origen de su apellido al 17 de Octubre, esta nota recorre algunas de ellas. ADN LN Sábado 2 de agosto de 2008 | Publicado en edición impresa. Por Hugo Gambini Para LA NACION 

Escribir un libro sobre el peronismo me obligó a chequear bien cada dato. No se puede chapucear con hechos que fueron históricos pero que se siguen narrando como si se trataran de episodios anecdóticos. Uno de los más difundidos, por ejemplo, es el que dice que Perón echó a los montoneros de la plaza, cuando fue al revés: le dieron la espalda y se fueron solos, dejándola medio vacía. Pero hoy esto nadie lo cree, ni el periodismo, que se sigue equivocando. Por eso, me he tomado el trabajo de acopiar un buen archivo de hechos que nadie se animó hasta ahora a corregir. 

De esa forma publiqué mis dos tomos sobre la primera y la segunda presidencia de Perón, que acabo de completar con un tercero, La violencia, que abarca de 1956 a 1983. Todo lo que ocurre en ese período es muy triste, con listas de fusilados y muertos por los gobernantes, los guerrilleros, el escuadrón de la muerte y los militares. Su lectura explica lo inexplicable, pero aun así me fascinó ver cómo Perón daba vueltas las cosas y presentaba como un gran triunfo lo que había sido una estrepitosa derrota. 

Perón había dejado estampada una montaña de cuentos en un libro titulado Yo, Juan Domingo Perón. Relato autobiográfico (Sudamericana/Planeta, 1976), que los españoles Torcuato Luca de Tena y Luis Calvo prepararon con cintas magnetofónicas grabadas en los años de exilio. Son cuentos porque los contó, pero no son ciertos. Hay frases imperdibles, con las que cautivó a sus seguidores y que le sirvieron para manejar la política argentina durante treinta años. Pero también me sirvieron a mí para demostrar lo poco creíble que fue siempre el jefe de la supuesta "revolución peronista". 

En Madrid, Perón aseguraba que era descendiente de españoles: "El apellido Perón existe en España, en Italia y en Francia acaso porque Cerdeña, de donde procedía, estuvo ocupada a lo largo de la historia por estas tres potencias. Lo cierto es que si mi apellido fuera de origen italiano, nos llamaríamos Peroni. De modo que acaso soy descendiente de españoles afincados en Cerdeña desde la época en que España ocupaba la isla". Una década antes, Perón le había confesado al periodista italiano Ermanno Amicucci, de Il Giornale d Italia : "Mi apellido es italiano, me encontré en Italia varios Perón, sobre todo en el Piamonte, además de muchos Perrón y Peroni, que evidentemente tienen el mismo origen". Nadie se iba a sorprender de estas respuestas, pero convengamos que resultaba más simpático decirles a los españoles que su apelllido era de origen español y a los italianos, que era de ascendencia italiana. 

En 1939, lo mandaron a Europa a presenciar la guerra. Volvió eufórico: "En todo el tiempo que viví en Alemania tuve la sensación de una enorme maquinaria que funcionaba con maravillosa perfección. La organización era algo formidable". Hitler estaba triunfante, lo que le hizo pensar que Alemania ganaría la guerra. "Había surgido un fenómeno social inusitado y era el nacionalsocialismo, de la misma manera que en Italia triunfaba el fascismo." En 1942 asistió deslumbrado a la conferencia del general Carlos von der Becke, quien habló sobre la imposibilidad de un desembarco aliado en los países del Eje; veinte años después, les contó a los periodistas españoles que había entrado en París con las tropas victoriosas alemanas. Pero se olvidó de un pequeño detalle: a su biógrafo de cabecera, Enrique Pavón Pereyra, le había confesado que jamás se les permitió a los oficiales argentinos visitar los frentes de batalla europeos (Perón 1895-1942 , Espiño, 1952). Más curioso fue cuando apareció riéndose, en una fotografía del gabinete nacional el día que se le declaró la guerra al Eje. 

Perón tenía tal admiración por Mussolini que se atrevió a contar cómo lo había recibido: "Entré directamente a su despacho donde estaba él escribiendo; levantó la vista hacia mí con atención y vino a saludarme. [ ] Yo le dije que, conocedor de su gigantesca obra, no me hubiese ido contento a mi país sin haber estrechado su mano". Eso declaró años después, en Madrid. En cambio en Buenos Aires, al volver de Europa, le admitió a Pavón Pereyra que en realidad sólo había visto al duce desde lejos, el día que Italia entró en guerra: "Estaba confundido, como testigo mudo, entre aquella multitud clamorosa que victoreó al jefe del fascismo, señor Mussolini, cuando éste dispuso su histórica determinación desde los balcones de la Piazza Venezia". Fue la única vez que lo vio. 

A pesar de su amistad con los militares nacionalistas de la década de 1930, Perón no era un manifiesto antisemita. Sin embargo, les confió a los periodistas españoles que los judíos constituían un problema: "Si aquí viven los judíos -les dijo-, matarlos no podemos; expulsarlos, tampoco". Y agregó: "No queda otra solución que ponerlos a trabajar dentro de la comunidad, incorporándolos a la nacionalidad argentina, asimilándolos, impidiéndoles que formen organizaciones sionistas separadas". Es evidente que Perón, cuando dijo esto, no tenía en cuenta la cantidad de entidades judías que ya existían en la Argentina. Pero además, se jactaba cuando ponía como ejemplo a don Jaime Yankelevich. "Era un ruso judío -expresó- con el que Eva había trabajado en Radio Belgrano. Era un hombre inculto y ordinario, y además un sinvergüenza. A Evita le decía que le iba a pagar un sueldo de 500 pesos y a fin de mes le daba 480. ¡Le robaba!". Sin embargo, tuvo una relación que fue muy importante con este personaje, a quien le encargó el inicio de la televisión en el país, en 1951. El primer canal abrió su trasmisión con el acto del 17 de Octubre y la primera imagen fue, precisamente, la de Evita. Es decir que el "sinvergüenza" le había servido para hacer publicidad y buenos negocios, como la venta de televisores de la que se encargó Jorge Antonio. 

El golpe del 43 

Cuando Perón hablaba del golpe militar de 1943, su versión difería mucho de lo ocurrido. Como si él hubiera comandado la tropa, se ponía en primera fila frente a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA): "Desplazamos las baterías -expresó-, pusimos los lanzabombas y los conminamos. Les dijimos por última vez: ´¿Sí o no? ´¡No! , respondieron. Lanzamos contra ellos la artillería y los morteros. Pero sólo una primera andanada. Paramos enseguida. ´¿Sí o no? ´¡Sí! , dijeron. Fue muy sencillo. El presidente Castillo, al saberlo, se metió en un barquito de la Marina y se fue por el Río de la Plata. Cuando entramos en la Casa Rosada se fueron todos. ¡Facilísimo!" 

Lo lamentable -para Perón- es que él nunca estuvo allí. Su versión difiere de lo que dijo el coronel Juan N. Giordano, quien comandaba el escuadrón de Campo de Mayo: "El coronel Perón se había adelantado, ya había llegado a la Casa de Gobierno" (Perón, el hombre del destino, Abril, 1973). Tampoco encaja con lo que sostiene el general José Sosa Molina en la misma obra: "Vimos cómo entraba a la Escuela el comandante de la columna, que era Rawson; al rato empezó el tiroteo. Corrimos hacia la vereda de enfrente y nos subimos a los techos de las casas para ver lo que ocurría". Ni siquiera lo ayuda la versión del historiador militar Julio V. Orona: "Al desfilar las tropas por delante de las Escuela originóse un repentino tiroteo. Se dijo que la guardia del establecimiento abrió primero el fuego. Cayeron un jefe y varios soldados" (La logia militar que derrocó a Castillo, edición del autor, 1966). Como se advierte, la cosa allí no había sido tan fácil. 

Muy adicto a las anécdotas, el general acomodaba la historia para hacerla más divertida, aunque lo desmintieran los historiadores. Dijo en Madrid que cuando apareció el general Rawson, quien se autoproclamó presidente, los coroneles fueron a echarlo. Según él, le preguntaron: "Che, Perón ¿qué es lo que pasa? ¿Dónde estaba este loco? ¡Ah, esto no puede ser!". Y contó que entraron en el despacho y lo amenazaron: "¡Hemos venido a que renuncie y si se niega lo tiramos por la ventana! Renunció y se fue". Así de simple, según él. Pero no fue tan simple. Nadie amenazó a Rawson y menos con tirarlo por la ventana, porque no era "un colado", como lo definía Perón. Su incorporación al golpe de Estado la había conseguido el coronel Enrique P. González, del GOU [Grupo de Oficiales Unidos], y la disconformidad surgió por la elección de su gabinete. Rawson se negó a modificarlo y estuvieron dos días, el 5 y el 6 de junio, discutiendo con él, hasta que el general decidió renunciar sin que hubiera amenazas. Así lo explica el historiador Robert A. Potash (El ejército y la política argentina. 1928-1945, Sudamericana, 1971). 

Perón siempre negó su ambición por escalar posiciones: "Me han preguntado más de una vez por qué no nombramos presidente a alguno de los coroneles; por qué no me nombraron a mí, por ejemplo. ¡No, no! A mí no me convenía. Yo sabía que las revoluciones empiezan con esas cositas que se gastan, pavadas, cosas políticas En los primeros tiempos hay que estar lejos de la zona de fuego. [ ] Yo por entonces les dejé que empezaran a tropezar unos con otros y me quedé de jefe de Estado Mayor de la Primera División". La verdad es que nadie lo había propuesto para presidir el gobierno y si Perón no aceptaba el cargo de jefe de Estado Mayor, se quedaba afuera. Logró ascender cuando a su amigo, el general Farrell, lo designaron ministro de Guerra; éste lo puso como jefe de su secretaría y allí sí, se metió a organizar una huelga en los frigoríficos junto al coronel Domingo Mercante. Ambos tomaron su primer contacto con los obreros y empezaron su trabajo político. Sólo a fines de octubre de 1943, cinco meses después del estallido, Perón logró a través del GOU desplazar al coronel Carlos M. Gianni del Departamento Nacional del Trabajo, y lo convirtió en Secretaría de Trabajo y Previsión. Su picardía consistió en aprovechar las circunstancias y volverse el más hábil de los conjurados, y sin rechazar los cargos, saber explotarlos al máximo. 

Es muy graciosa la versión que se ha difundido sobre el 17 de Octubre. Los otros días escuché a un joven decir, en un programa de televisión, que Evita había irrumpido ese día al frente de los descamisados. Nadie lo desmintió, porque los periodistas que estaban allí tampoco sabían lo que había ocurrido. Ha sido poco difundido que Evita estaba en Junín, enviada por Perón a realizar un trámite judicial, y que cuando volvió fue a verlo al Hospital Militar. Pero no la dejaron entrar. Lo llamó por teléfono y el coronel le pidió que se fuera a su casa y no se moviera de allí, por lo que Evita no estuvo en Plaza de Mayo ni en los sindicatos ni movilizó a nadie. No tenía ninguna relación con los gremialistas porque, como decía Cipriano Reyes, "su presencia no era significativa para nosotros". Esa tarde su única participación fue pedirle a Juan Atilio Bramuglia que presentara un recurso de hábeas corpus, para sacarlo a Perón del país. Bramuglia se lo negó. El historiador Félix Luna publica una carta de Perón a Eva, desde Martín García, donde el coronel daba por concluida su vida política y le promete casamiento (El 45 , Sudamericana, 1975). En su exilio español Perón expresó: "Por las visitas que llegaban fui enterándome de que el 17 el pueblo había volcado tranvías, quemado automóviles y que la agitación crecía de hora en hora, pues seguía llegando gente de la provincia y de otras partes, amenazando quemar Buenos Aires". Pero tampoco era así, porque no había violencia. La policía, controlada por Filomeno Velasco, estaba junto a los obreros, como lo demostraría el historiador peronista Ángel Perelman ( Cómo hicimos el 17 de octubre , Coyoacán, 1961). La idea de una fuerza obrera incontrolable es una de las fantasías más conocidas del peronismo. 

Braden y Perón 

También contó Perón que apenas se conoció el escrutinio de 1946 había ido a verlo el embajador Spruille Braden, para preguntarle si consideraba "prudente" que permaneciese en Buenos Aires. Dice que le contestó: "Aléjese sin vacilar; en caso contrario, nos obligará a embarcarlo por la fuerza. Salió bufando, sin despedirse de mí y olvidando su sombrero y sus guantes. Sabía que yo era capaz de largarlo en un bote remando en el Río de la Plata " Pero esto tampoco sucedió, porque Braden hacía seis meses que no estaba en la Argentina. Había regresado a Washington el 23 de setiembre de 1945, para asumir la Secretaría de Asuntos Latinoamericanos, y la última vez que vio a Perón fue el 30 de junio de ese año, tres meses y medio antes del 17 de octubre. De modo que su respuesta fue todo un producto de la imaginación.

Es divertido lo que dijo Perón sobre su salida al Paraguay. Contó que él piloteaba el avión que lo había llevado y de pronto se le acercó Stroessner, en otro aparato, para guiarlo al aeropuerto. Pero se olvidó de aclarar que nunca fue aviador. Y que Stroessner envió a su piloto personal, Leo Nowack, a buscarlo en un hidroavión.

Existen infinidad de frases, cuentos y anécdotas sobre los episodios del general, pero los más graciosos son los que contó él mismo, porque su desapego a los hechos históricos, su escasa memoria y su afán por divertir a quienes lo entrevistaban lo hacían tropezar siempre con la verdad. Por más que Perón dijera, a quienes lo entrevistaron en España, que "para mentir hay que tener siempre un grado de inteligencia", él no podía con su esencia y daba rienda suelta a su impredecible imaginación.




Por Jorge Fernández Díaz. La Nación 09/07/17.

Contemplando desde la ventana el atardecer de Plaza de Mayo, Néstor soñó alguna vez con diseñar un programa desarrollista. Llegó incluso a encargárselo a su embajador en los Estados Unidos, pero ese deseo juicioso se fue disolviendo en el aire y su estrafalario populismo santacruceño terminó por imponerse y por desplazar definitivamente aquella idea. Que ahora dice abrazar, aunque no se sabe con cuánta convicción, Mauricio Macri. La referencia es necesaria para recordar que, como demuestra la cronología histórica de aquella breve y hoy resignificada experiencia trunca, una cosa fue Frigerio y otra muy distinta fue Alsogaray, impuesto por los militares. También para leer, bajo esa perspectiva de candente actualidad, ciertos documentos celosamente guardados en el Archivo de la Hoover Institution que acaban de ser exhumados por un grupo de especialistas. Se trata de la correspondencia desconocida de Juan Perón. "Nos enfrentamos al gobierno más impopular de toda la historia argentina, cuyas medidas parecen destinadas a aumentar nuestro prestigio en el pueblo", se enoja el General en una carta de 1959. Para entonces, ya el sinuoso romance con Frondizi estaba terminado, y no por su giro ortodoxo, sino porque el caudillo creía que esa administración poseía un plan económico, pero subestimaba la táctica política, y porque sus alfiles habían sido formados en el materialismo, en este caso marxista, algo que también preocupaba a las fuerzas armadas. Si algo prueban estos papeles es que, a pesar de las múltiples mutaciones, Perón fue siempre antiliberal, pero a la manera en que lo fue Mussolini: escribió allí que el Duce "era un hombre extraordinario. Lo conocí y sus valores humanos eran fuera de serie".

Perón había comenzado su relación con Frigerio de manera muy comprensiva: "No podemos hacernos muchas ilusiones sobre el futuro inmediato, desde que a ustedes les tocará cargar con la más antipática tarea: restringir -le decía-. El desgaste está siempre en proporción directa de los sacrificios que se imponen". Pero con el correr de los meses, el acercamiento al frondizismo por parte de ciertos dirigentes sindicales y la aparición de partidos neoperonistas volvieron todo muy peligroso para su propia supervivencia; esa era, en el fondo, la peor de las traiciones. Más incluso que la cantada imposibilidad, por chantaje castrense, de cumplir la promesa más difícil: ir legalizando al peronismo.

Los papeles del Archivo Hoover fueron clasificados por ocho historiadores y publicados bajo el título “El exilio de Perón”. En este libro se describe la era desarrollista como un período de alta conflictividad: "El presidente parecía convencido de que la aplicación del Plan de Estabilización y Desarrollo solucionaría los problemas del país. Suponía que la maduración de las inversiones extranjeras -alentadas por el programa de ajuste- permitiría reanudar el crecimiento de la economía y, luego de un período de deterioro de las condiciones de vida populares, el aumento de la demanda de trabajo". El macrismo parece inspirado en esa misma hipótesis.

Aquel contexto, sin embargo, era diferente: Guerra Fría, cerco del poderoso partido militar, amanecer de la insurgencia guevarista y jaqueos a distancia de Perón, que estaba débil y proscripto, y dispuesto astutamente a celebrar pactos subrepticios y luego a llevar a cabo sabotajes para impedir cualquier triunfo político que no fuera el suyo. De un hombre desplazado por las armas y obligado al agrio destierro, tal vez no podía esperarse un ánimo más colaborador; lo grave es que esa metodología del boicot permanente fue copiada por el peronismo post mórtem y que éste suele aplicarla en plena democracia para bloquear gestiones ajenas.

El archivo Hoover contiene una nerviosa misiva que le envía Raúl Scalabrini Ortiz poco antes de morir. Los nacionalistas no habían celebrado el desarrollismo petrolero practicado a último momento por el propio Perón al firmar el famoso convenio de la California. El viudo de Evita llamaba "nacionalistas de opereta" a quienes no habían entendido la necesidad de la inversión extranjera: "YPF no tiene ni capacidad organizativa ni técnica ni financiera para un esfuerzo de esa naturaleza". Kirchner no pensaba muy distinto. Pero después Scalabrini, que se había entusiasmado con Frondizi, se escandalizó con su "nuevo rumbo"; el diagnóstico catastrofista del autor de “El hombre que está solo y espera” recuerda inevitablemente a las terribles admoniciones de Axel Kicillof: "El liberalismo comercial y financiero llevado hasta el extremo -le escribió a Perón-, terminará destruyendo la mayor parte de nuestra industria y traerá un séquito de desocupados, baja de salarios, quizá hambre y terminará desencadenando todo el proceso característico de las deflaciones".

Perón propicia el golpe contra Frondizi, conspira contra Illia, y les anuncia tempranamente a sus partidarios que la Revolución Argentina "ha expresado propósitos muy acordes con lo que nosotros venimos propugnando desde hace más de veinte años". Más tarde repudiará a Onganía. En el transcurso de todo ese período suceden, no obstante, algunos episodios muy reveladores: la izquierda nacional le acerca su ocurrencia jacobina y los revisionistas, sus trucos historiográficos, rasgos profusamente utilizados para la "guerra cultural" durante la "década ganada".

El tesoro testimonial que guarda la Hoover Institution incluye la prosa secreta de Rodolfo Puiggrós, impulsor de un peronismo revolucionario que arrasaría en las universidades. Puiggrós se toma del concepto "socialismo nacional" con que Perón describe su proyecto para bocetar lo que luego sería el hoy tan negado propósito setentista: "Conquistar el poder e implantar una dictadura popular". Perón los deja venir con picardía e irresponsabilidad, cosechando sus votos y apoyos, y usándolos para limar a sus antagonistas, mientras dialoga epistolarmente con fascistas de confianza como Osinde y Ottalagano: de regreso a la patria, el primero organizaría la emboscada de Ezeiza contra los acólitos de Puiggrós; el segundo reemplazaría a ese mismo ideólogo en la rectoría de la UBA, cuando lo echaron por ser un "infiltrado". Perón abominaba del concepto "dictadura popular" que antes había celebrado, y ya denunciaba a esa izquierda por pretender "la toma del poder para modificar el sistema democrático pluripartidista".

Finalmente, los papeles encontrados confirman que Perón no era revisionista. En su búsqueda de unanimidad, prefería que no hubiera fracturas y personalmente se sentía heredero de la cultura militarista; es por eso que al estatizar los ferrocarriles no les puso nombres de caudillos federales sino los de sus grandes ídolos: Mitre, Sarmiento, Roca y Urquiza. Sus enemigos son, por paradoja, quienes lo emparentan con Rosas ("la segunda tiranía"), y muy posteriormente, los neonacionalistas lo convencen de inscribirse en esa otra tradición, que hacía juego perfecto con el nuevo relato de época. El libro demuestra que Perón no utilizaba la palabra "gorila" como simple sinónimo de antiperonista: sólo abarcaba con ella a los violentos. Pero sobre todo nos devela que muchas estrategias de zorro y algunos camelos obvios que sólo buscaban el zigzag y el rédito coyuntural, fueron después tomados como catecismo y palabra santa por los herederos de Perón. Y lo peor: como sentido común por la sociedad argentina. Ese gran malentendido histórico seguramente habría hecho sonrojar al mismísimo patriarca de Puerta de Hierro.

“El exilio de Perón” 
José Carlos Chiaramonte. Editorial: Sudamericana-448 páginas. Junio 2017.

Solapa: José Carlos Chiaramonte historiador, profesor en Filosofía por la Universidad del Litoral, profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires e investigador emérito del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Actualmente es investigador del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani" (Universidad de Buenos Aires / CONICET), del cual fue director entre 1986 y 2013, y dirige la colección "Historia Argentina y Americana" de Editorial Sudamericana. Entre otros trabajos ha publicado: Nacionalismo y liberalismo económicos en la Argentina. 1860-1880 (1971), Formas de sociedad y economía en Hispanoamérica (1983), Mercaderes del Litoral (1991), Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la nación argentina (1997 y 2007), Nación y Estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de las independencias (2004), Fundamentos intelectuales y políticos de las independencias. Notas para una nueva historia intelectual de Iberoamérica (2010), Usos políticos de la historia. Lenguaje de clases y revisionismo histórico (2013) y Raíces históricas del federalismo latinoamericano (2016). Se desempeñó como profesor en las universidades argentinas del Litoral, de Córdoba, del Sur y de Buenos Aires, y como investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM, México.

Contratapa:

*¿Cuál fue la estrategia de Perón para alcanzar la presidencia de la nación por tercera vez tras casi veinte años de exilio? 
*¿Cómo analizaba, desde el exterior, los dilemas económicos y políticos que enfrentaba la Argentina en esos años? 
*¿Cómo fueron sus vínculos con los políticos y los sindicalistas que, en su ausencia, reivindicaban su nombre? 
*¿Cuál fue su actitud hacia la resistencia organizada por civiles militares peronistas entre 1955 y 1958? 
*¿Qué cambió durante el exilio en su relación con los intelectuales cuáles fueron las derivaciones de esos cambios en la "ideología" peronista? 
*¿Cómo influyó sobre sus ideas la transformación del mundo que tuvo lugar en esas dos décadas? 

Los seis estudios sobre el exilio de Perón (1955-1973) que se presentan aquí responden esos interrogantes. Basados en la documentación del Archivo de la Hoover Institution -el más completo sobre esa etapa, abierto en 2015-, iluminan de modo enteramente nuevo un período crucial de la historia argentina del siglo XX. A más de cuarenta años de la muerte del líder justicialista y mientras su movimiento sigue siendo protagonista destacado de la vida política nacional, estos trabajos ayudan a comprender cómo Perón desarrolló -a partir de su derrocamiento, y a lo largo de dieciocho años- estrategias que le permitieron recuperar su gravitación en la compleja e inestable dinámica política de la Argentina y, de regreso al país y hasta su fallecimiento, ocupar por tercera vez la presidencia de la república.

Sinopsis: Seis estudios historiográficos sobre el exilio de Juan Domingo Perón (1955 y 1973) basados en la documentación del archivo de la Hoover Institution sobre el período, que permiten comprender la gravitación del líder justicialista en la vida política nacional durante los dieciocho años que pasó fuera del país antes de su retorno y tercera presidencia.


Pésima conducción política y fracaso total del transvasamiento generacional y la revolución nacional: un peronismo para cada gusto y 30% de pobres en la Argentina luego de gobernar 25 años en democracia.

Crimenes y Mentiras
de Hugo Gambini | Ariel Kocik. Edit. Sudamericana. 256 pág. $ 349. Mayo 2017.

Solapa: Hugo Gambini ha ejercido el periodismo escrito, radial y televisivo. En medios gráficos, pasó por La Vanguardia, Panorama, Primera Plana y La Nación, entre otros. Publicó diversos libros, como El 17 de octubre de 1945, Historia del peronismo y biografías sobre el Che Guevara y Arturo Frondizi. Ha investigado el peronismo durante décadas y conoció a casi todos sus protagonistas de la etapa original y de las que siguieron. Su obra es de consulta obligada para muchos investigadores. Es miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo. 

Contratapa: En el triunfo y en la derrota, rebelde y contestatario o liberal y represor, el peronismo viene marcando el pulso político nacional desde su surgimiento, hace siete décadas. Vencido luego de catorce años en el poder, tiene una nueva oportunidad para revisar sus errores y encauzar su "relato" por encima del movimiento y en beneficio del país. Un buen paso en ese sentido sería empezar a asumir la verdad de su propia historia. Crímenes y mentiras sintetiza el resultado de una extensa y pormenorizada investigación que se inicia con el surgimiento del peronismo en la década de 1940 y abarca toda la trayectoria política del líder justicialista, poniendo el foco en sus primeras presidencias. Hugo Gambini y Ariel Kocik revelan falsedades estadísticas y discursivas, proscripción de partidos políticos, represión al movimiento obrero y a la lucha estudiantil, aplicación de la ley de residencia contra extranjeros, abusos en las cárceles, secuestros y torturas, uso político de los recursos públicos y corrupción desmedida, entre otras tantas prácticas. También rescatan la memoria de los hombres y las mujeres que enfrentaron esas injusticias y defendieron sus ideales a costa de extraordinarios sacrificios, y dan a conocer por primera vez una lista de las víctimas fatales producidas durante la primera y la segunda presidencias de Perón.

Sinopsis: Rigurosa investigación sobre las mentiras, los engaños, las muertes y las torturas ocurridas durante los mandatos de Perón, y una desmitificación de la frase que sostiene que en la Argentina "somos todos peronistas".

La nacionalización de los ferrocarriles... fragmento de "La década sakeada" de Fernando Iglesias. Editorial Margen izquierdo (2016).

“La festejada nacionalización de los ferrocarriles por Perón anticipó lo que en años recientes harían los Kirchner con Repsol-YPF y Aerolíneas Argentinas (…) Como consta en las Memorias de 1940 del Banco Central, a esas alturas los ingleses querían sacarse de encima los ferrocarriles. “El gobierno británico ha expresado el deseo de que se considere un plan general de adquisición de los ferrocarriles ingleses por parte de la Argentina” (en Milcíades Peña, “Masas, caudillos y elites”). Las razones son fáciles de suponer: Inglaterra era una potencia declinante y estaba en guerra, necesitaba recursos, no tenía posibilidades ni interés en invertir en remotas líneas ferroviarias del Cono Sur y trataba, en cambio, de monetizar las que poseía. Siete años más tarde, signados por la desinversión y el deterioro de los trenes, el deseo del gobierno inglés sería cumplido por el gobierno del general Perón, que compró a precios exorbitantes material desactualizado y en mal estado, compuesto en gran parte por vagones con asientos de madera y locomotoras a vapor. Lo hizo en el peor momento, cuando el artículo 8 de la famosa Ley Mitre de 1907, acababa de caducar y los concesionarios ingleses debían comenzar a pagar los impuestos de los que habían estado exentos hasta entonces (Ley 5.315-franquicia que vencía el 01 de enero de 1947). Argentina pagó, además, todos los gastos de escrituras, auditorías contables, juicios pendientes de la empresa, condonó los  aportes jubilatorios no efectuados y hasta abonó algunos retroactivos y aguinaldos atrasados. La causa, esgrimida por Scalabrini Ortiz en su célebre “Los ferrocarriles deben ser del pueblo argentino. Oportunidad de la nacionalización ferroviaria”, era exquisitamente kirchnerista: las tarifas. Su argumento era que, dado que junto con el artículo 8 de la ley Mitre caducaba el 9, que otorgaba capacidad de negociar las tarifas al Estado Nacional, el país debía desembolsar una fortuna para evitar que los concesionarios fijaran los precios de los pasajes. De tan lejos vienen las tarifas cercanas a cero y la compra de material obsoleto a precio caro, como se ve. Perón lo hizo. En el peor momento y a dos veces y media la valuación establecida por el propio gobierno peronista que había declarado, por boca del General, que no estaba dispuesto a comprar “fierros viejos”. Al final del acuerdo, firmado con pompa en la Casa Rosada, quedaron como balance de lo sucedido la expresión del ministro de Economía del primer peronismo, Miranda: “son nuestros ”, y  el cable que el jefe de la misión británica, Mr. Eady, envió a Londres: “We got it” (lo tenemos). Ese día, las acciones de todas las compañías ferroviarias inglesas subieron en la Bolsa de Londres. Pero el gobierno peronista también obtendría lo que le interesaba, y las paredes del país fueron tapizadas con el afiche de un gaucho que sostenía una locomotora en los brazos y la leyenda: “Perón cumple, ya son argentinos”

Cuatro años después de la nacionalización ferroviaria que debía abrir definitivamente el camino a la industrialización argentina, estalló la enorme huelga de 1951. Justificando la baja de salarios y condiciones de trabajo, Perón tuvo que admitir que los ferrocarriles perdían cada año más de la mitad del precio que había pagado por ellos. A partir de allí, el abismo. La Segunda Oligarquía, industrialista, nacida del proyecto peronista, no logró siquiera sostener la red creada por la Argentina agroexportadora y el récord de 1952 (43968 kilómetros de vías férreas en la décima red en extensión del planeta) quedó como un laurel destinado a amarillear en los libros. El ferrocarril argentino se desmoronó. De los 469 kilómetros anuales de crecimiento de la red en mano de los ingleses, entre 1856 y 1947, año de la nacionalización, pasó a perder 299 kilómetros promedio por año, para terminar teniendo hoy aproximadamente la misma extensión que en 1910 y transportar el mismo tonelaje de carga que en 1904.

Tres situaciones emblemáticas acomunan el destino de los ferrocarriles argentinos al peronismo, que se había apropiado de ellos al grito de “Perón cumple”. Cada una de ellas está relacionada con cada uno de los tres grandes períodos en los que tres grandes líderes peronistas gobernaron el país. El primero, la mencionada huelga ferroviaria de 1951, cuando Evita recorrió las estaciones amenazando a los dirigentes y exigiendo que la huelga se levantara por gratitud a Perón. La CGT cumplió su deber peronista denunciando a los huelguistas como agitadores políticos e interviniéndoles el sindicato. Por su parte, Perón identificó al “comunismo internacional” como responsable de la huelga. “Bandas de radicales, comunistas y socialistas andan por todas partes castigando a las mujeres y los niños de los ferroviarios que quieren trabajar!” declaró y advirtió: “Los tenemos fichados a todos”. De allí pasó directamente a la militarización del gremio y amanezar a los que continuaran la huelga con la aplicación del Código de Justicia  Militar. El paro se levantó en tres días, pero para el Primer Trabajador no fue suficiente. Más de trescientos ferroviarios fueron encarcelados y más de 2000 perdieron su trabajo. No se había visto nada igual en nueve décadasde dominio de la patronal inglesa, de cuyos abusos quedan hoy como testimonio miles de casitas ferroviarias que pueblan la Argentina.

El segundo episodio del trágico romance peronismo-ferrocarriles ocurrió durante la segunda década peronista, la de Menem. Corría 1989 y el mismo partido que en 1947 había estatizado preparaba ahora la privatización. Los gremios se opusieron y el presidente Menem proclamó su inmortal chantaje: “Ramal que para, ramal que cierra”, menos violento que la militarización de la huelga efectuada por Perón, aunque también escasamente en línea con la defensa de los derechos del trabajador. Finalmente, los Kirchner.

El relato kirchnerista no es más que el último capítulo de la leyenda peronista. Analizaremos esta afirmación más adelante, pero es oportuno observarla aquí desde la perspectiva de los trenes, en los cuales el kirchnerismo completó la obra destructiva de Perón y de Menem (…) Así se produjo el último acto de la relación del peronismo con los trenes: la masacre de Once, asesinato a mansalva de 52 seres humanos y demostración acabada de la decadencia de la Argentina conducida por la Segunda Oligarquía y la Tercera, surgida de su seno (…)

Ilustraciones de arriba: la caricatura de Perón fue publicada en el diario La Nación (desconozco el autor). La foto en blanco y negro pertenece a la película de Leonardo Favio "Sinfonía de un sentimiento".

BONUS TRACK: sobre otras equivocaciones...



"Khadafy superstar": cuando era jóven pensaba que Muamar Khadafy era un revolucionario libertario del tercer mundo. Cuando el otrora teniente golpista formó una dinastía propia -con hijos que hoy podrían compararse aquí a Máximo y Florencia Kirchner- empecé a sospechar de mi equivocación ideológica. Hace unos años, masacrar a su propio pueblo para mantenerse en el poder. Igual que Al-Asad en Siria y tantos otros en el Medio Oriente o tantos feudos provinciales argentinos. Cucarachas humanas que se creen más de lo que son y solo producen impunidad y dolor. "Cult of personality". Reniego de mis espantosas intuiciones juveniles y no tengo empacho en aceptar mi estupidez (señal que he crecido). Tantas víctimas... tanto horror que causan estos "iluminados". Horanosaurus. 

martes, 15 de agosto de 2017

Fotos: rincones y fachadas IV

















De arriba hacia abajo:

1 y 2. Mansión Gargantini en Maipú, provincia de Mendoza, R.A.
3 y 4. Mansión Giol en Maipú, provincia de Mendoza, R.A.
5 y 6. Olavarría, provincia de Buenos Aires, R.A.
7. Junín, provincia de Buenos Aires, R.A.
8. Isla del Cerrito (ex leprosario), provincia de Chaco, R.A.
9. Palacio de la Moneda, Santiago de Chile.
10. Quinta Vergara, Viña del Mar, Chile.
11 y 12. Esquinas de Puerto Montt, Chile.
13. Valdivia, Chile.
14. Osorno, Chile.
15. Cachao, isla de Chiloé, Chile.